Ciclo B: IX domingo del tiempo ordinario
Santísima Trinidad

1ra lectura: Deut. 4, 32-34.39-40

Salmo responsorial: 32

2da lectura: Romanos 8, 14-17

Evangelio: Mateo 28, 16-20  


 

…EN EL NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO…


 

La Iglesia celebra la Solemnidad de la Santísima Trinidad, el misterio más grande de nuestra fe, e invita a los fieles a seguir con la mirada puesta  y adorar al único Dios que se manifiesta en tres personas distintas: Padre, Hijo y Espíritu Santo. No son tres dioses, la naturaleza divina es una en tres personas distintas, misterio que rebasa la razón y, sin embargo, explica la fe, lo que de ningún modo le quita verdad. Lo menos importante en asuntos de fe es la explicación del misterio, cuanto sí contemplarlo y vivirlo.  

La soledad no es propia de Dios, el Dios uno y trino es familia, es diálogo, fraternidad, comunión, es amor. El hombre, creación de Dios, es su imagen y semejanza, lleva en el ser su impronta y refleja su huella trinitaria lo que explica su naturaleza social y dinámica. El hombre al vivir en comunión de amor en el grupo social que radique, será templo de la Trinidad y luz en medio de un mundo que tiende a dividirse y aislarse por el egoísmo. La unidad y la comunión en la diversidad es la base de  una institución sólida y duradera. Esta celebración nos invita a vencer todo aquello que resquebraje la unidad de la familia, la comunidad, el buen ambiente laboral; es invitación directa a vencer la discordia, la envidia, el egoísmo, los celos, el chisme, la murmuración; es invitación a sanar heridas personales que impidan una correcta convivencia. Las  palabras de Jesús en su oración sacerdotal, a vísperas de la pasión, constituyen un llamado a la unidad: “Padre que todos sean uno como Tú y Yo somos uno”, esta es la condición para que el mundo crea. La Iglesia, comunidad de vida, podrá cumplir el encargo de su Señor de llevar su mensaje de vida al mundo entero solo en la unidad: “Por eso, vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos. Bautícenlos, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a cumplir todo lo que yo les he encomendado”.

La gloria de Dios radica en la plenitud del hombre, siendo su templo y reflejo, uno y trino. Cada vez que este se aleja de su arquetipo se deforma, sufre y corrompe, se dispersa.

SANTA TRINIDAD, QUIERO SER TU  MORADA.

P. Víctor Emiliano