CICLO A: V domingo del tiempo ordinario

1ra lectura: Isaías 58, 7 – 10

Salmo: 111

2da lectura: 1 Corintios 2, 1 – 5

Evangelio: Mateo 5, 13 – 16


 

VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA…VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO


 

El texto en el que Cristo pide ser sal y luz de la tierra es conocido, pero no estaría mal indagar hasta qué punto ha sido asumido por los que se proclaman cristianos. No se necesita mucho esfuerzo para concluir que cada día el mundo rompe lazos con una vida de fe. No se puede cerrar los ojos al contexto agitado de la política, de la economía, de la industria; por todos lados van y vienen ideologías que se presentan como la solución a los problemas del mundo; a nivel personal aparecen los afanes de idas y venidas en el trabajo, en la familia, las tensiones por sacar adelante la empresa, la preocupación constante por acumular títulos académicos, las preocupaciones por la salud, etc. Se percibe que el hombre está disperso y condicionado a patrones y modelos que la moda o el sistema impone.

En un mundo así el Señor proclama: “Vosotros sois la sal de la tierra…Vosotros sois la luz del mundo”.  Él nos proclama en tiempo presente como Luz y Sal. Es decir, ya lo somos. Entonces, conviene hacer algunas preguntas: ¿Por qué el mundo anda en tinieblas? ¿Será que siendo luz estoy bajo una caja y no se nota mi luz? ¿Por qué rechazo la luz que Cristo me dio en el bautismo? Si los cristianos no brillan, ¿Quién brilla? Ser sal y luz de la tierra significa ser vida, ser alegría, ser motivación, ser esperanza, ser descanso para tantos que van por la vida como ovejas sin pastor, ser sabor. Hay gente que no vive, simplemente sobrevive, y pasa su existencia en desaliento; hay gente que existe a espaldas del mundo y desfigurados por el sufrimiento. Allí se necesita cristianos que sean sal para dar sabor y que sean luz para sacar del anonimato a tantos hermanos postergados.

La primera lectura nos da una directriz para entender lo que significa ser sal y luz de la tierra: “Parte tu pan con el hambriento, hospeda a los pobres sin techo, cubre a quien ves desnudo y no te desentiendas de los tuyos”. Parece algo tan rutinario y sin trascendencia pero, en estas pequeñas cosas el Señor ha querido tejer la grandeza del servicio para extender el Reino de la luz y del buen Sabor. Si tú y yo lo hacemos, ya es el comienzo de algo más notorio y brillante. Solo así se podrá notar la luz del candil puesto en lo alto, que dará luces para que otros hagan lo mismo; sólo así se podrá glorificar a Dios en los hermanos: “Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos”.

SEÑOR, AYÚDAME PARA SER SAL Y LUZ EN EL MUNDO, ALLÍ DONDE TÚ ME NECESITAS.  

P. Víctor Emiliano