Ciclo B: XII domingo del tiempo ordinario

1ra lectura: Job 38, 1.8-11

Salmo responsorial: 106

2da lectura: 2Corintios 5, 14-17

Evangelio: Marcos 4, 35-40


 

¿POR QUÉ SOIS TAN COBARDES? ¿AÚN NO TENEIS FE?


 

El texto del evangelio de este domingo comienza con una invitación: “Vamos a la otra orilla”. Sí, atravesemos el mar, dejemos el confort, dejemos las seguridades que el mundo nos da. Hoy el Señor nos invita a tirar la red mar adentro. “Vamos a la otra orilla” es dejar las estructuras construidas en busca de nuevos caminos junto al Señor. El transcurso para ir a la otra orilla es el mar, con todos sus vaivenes y bravuras. Estos no pueden evitarse, siempre habrá contratiempos y adversidades que intentarán disuadir los objetivos trazados. Pero, lo hermoso de todo esto es que nunca estamos solos, Él está siempre presente. Sucede con frecuencia que las dudas invaden el alma y el desconcierto se deja notar hasta el extremo de la desesperación; simplemente no se puede ver una solución a la vista.  Pero, “¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?” Esta es la llamada de atención de Jesús a sus discípulos al ver que desconfiaban. La impotencia, la rebeldía y el temor nublan el panorama de la vida. Pero, si sabemos que hay alguien que está allí, y que aunque parezca que no interviene está, y sabemos que nos ama ¿Tendrá sentido la angustia y la desesperación? Esta lectura me hace recordar una experiencia con mamá, cuando era pequeño. Recuerdo que estuvimos en el  parque, entretenidos por un buen rato en algún juego, hasta que me distraje con algo por allí. No pasó más de un instante cuando me reincorporé al juego y, por más que la buscaba no pude encontrar a mamá. La verdad no sé qué pasó, tal vez ella también se entretuvo con algo. Llegó un momento en que me desesperé y comencé a llorar. Cuando al instante apareció mi madre, me abrazó y me dijo: aquí estoy hijo, no me he ido. De inmediato sentí que la seguridad y la paz llegaban a mi vida. La seguridad y la paz que todo niño siente al saber que su madre está allí son la paz y la confianza que el Señor nos pide tener en él al saber que está allí y que jamás nos abandonará. Vemos fácilmente cómo muchos ponen su confianza en cualquier cosa, menos en el Señor; cuántos recurren a la brujería, adivinos y amuletos para lograr protección; otros ponen su entera confianza en el dinero y creen que el dinero todo lo puede; otros en las amistades influyentes o simplemente reclaman y hasta reniegan cuando pareciera que todo está perdido: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?”.

Si creemos y afirmamos que el Señor es el Camino no tengamos reparo en atravesar el mar hasta llegar a la otra orilla; si creemos que su amor es infinito pongámonos en sus manos, sabiendo que todo aquel que recurre a él nunca queda defraudado porque nadie le gana a Jesús en generosidad. Aunque la vida se torne oscura y dolorosa hagamos que nuestra vida descanse en el Señor y él, como siempre, vendrá en nuestro auxilio. Él sabe cómo auxilia, él sabe lo que da, él sabe cómo y cuándo da; simplemente partamos del hecho que Jesús siempre da lo que pedimos o más de lo que pedimos, y con certeza siempre da más.

Esa barca en el mar turbulento es la Iglesia que avanza en el mar de los tiempos. Son siglos navegando con el Señor en el timón. La garantía del soporte de la Iglesia es Jesucristo mismo que nunca abandona a su pueblo. Pidamos al Señor, como Iglesia que somos, que nos dé el don de la fidelidad y la gracia de confiar para nunca abandonarle.

SEÑOR JESÚS QUE NUNCA DUDE DE TU PRESENCIA EN CADA MOMENTO DE MI VIDA.  

P. Víctor Emiliano