Ciclo A: XV domingo del tiempo ordinario
1ra lectura: Isaías 55, 10-11
Salmo responsorial: 64
2da lectura: Romanos 8, 18-23
Evangelio: Mateo 13, 1-23
…LO SEMBRADO EN TIERRA BUENA ES EL…QUE OYE LA PALABRA, LA MEDITA Y PRODUCE FRUTO..
La Palabra de Dios es como la semilla. Esta, colocada en tierra buena, germina y da fruto. La obra de Dios siempre es buena por lo que todo corazón es tierra buena. De allí la necesidad irrenunciable de la pastoral y la catequesis a todos, en el momento oportuno. Nunca es tarde para emprender una gran obra, pero siempre es mejor comenzar en el momento adecuado. La vida de un ser humano, cultivada de la mejor forma desde el comienzo, evita malezas, espinas y piedras que dificultan el desarrollo de la semilla, de la Palabra de Dios. Los padres de familia son los mejores instrumentos por los que el Señor siembra en el corazón humano. La Palabra sembrada, como toda semilla tenderá a desarrollar y crecer. Uno de los frutos del proceso será “proclamar” la Palabra a tiempo y a destiempo, en uno o en otro lugar, de modo que Cristo siempre hable en la historia. Cristo, siempre actual, sigue la siembra en el tiempo, y hoy más que nunca por el contexto difícil y complicado en el que vivimos, se necesita cristianos comprometidos con la siembra.
El Sembrador no descuida su trabajo, él siempre labora, no tiene descanso. El Sembrador lleva la faena con profetas, mártires y todo hombre de buena voluntad. La semilla es de calidad garantizada, la Palabra es constructiva y eficaz. Pero, entonces cuál es la razón por la que no se nota fruto abundante, a qué se debe el sufrimiento, la explotación, la corrupción, la violencia y la irracionalidad de tantos actos. Ciertamente hay brillo en la vida de muchos pero, nunca falta la oscuridad. Esta breve y sencilla reflexión nos lleva a concluir que el problema es la tierra. Es ella la que condiciona el crecimiento de la semilla, es decir, es el hombre el que no quiere escuchar y vivir como su creador le pide. En principio todo ser humano es bueno pero, las diversas experiencias en la vida le condicionan, y le mal forman. Por ello no todos responden de la misma forma a la Palabra de Dios. Es necesario sanar, y esto implica dejar criterios, esquemas y paradigmas que limitan una entrega completa al Señor. Por ello la parábola presenta diversos campos: unos pedregosos, otros con maleza o zarzas, donde la Palabra puede llegar pero no fructifica. Es tarea personal, con la fuerza del Espíritu y los buenos amigos, siempre con perseverancia, sanar el corazón maltratado y encauzarlo por los caminos del Señor para que produzca fruto: “…el ciento, el sesenta y el treinta por uno”.
SEÑOR, ENSÉÑAME A SER DÓCIL A TU PALABRA
P. Víctor Emiliano