Ciclo A: Domingo XXXI del tiempo ordinario

1ra lectura: Apocalipsis 7, 2 – 4.9-14
Salmo responsorial: 23
2da lectura: 1 Juan 3, 1 – 3
Evangelio: Mateo 5, 1 – 12a
ALEGRAOS Y REGOCIJAOS, PORQUE VUESTRA RECOMPENSA SERÁ GRANDE EN LOS CIELOS…
Hoy la Iglesia celebra a todos aquellos que ya son bienaventurados y disfrutan de la presencia del Señor en el Reino de los cielos. Son hombres y mujeres que en el transcurso de sus vidas han mostrado al mundo el rostro de Dios y así han propagado el buen olor de Cristo. Los santos son aquellos que la Iglesia ha distinguido por su estilo de vida y les ha puesto como modelos a seguir para una vivencia de santidad, y les tiene, claro está, en el catálogo de sus hijos ilustres. Pero, también son aquellos que sin ser distinguidos ni puestos a la veneración pública, han vivido en este mundo en el anonimato como auténticos santos y que una vez que partieron Dios los distinguió al tenerlos en su presencia. También están aquellos que en sus vidas fueron ejemplares y siempre tuvieron la mirada puesta en Jesucristo, pero que por muchas razones y en medio de sus luchas fueron débiles y cayeron pero, en todo momento se levantaron por medio de los sacramentos; y como nada impuro puede ver a Dios, necesitan purificarse en un estado llamado purgatorio. Ellos de alguna manera también son santos.
La solemnidad de hoy día nos recuerda que todos estamos llamados a la santidad, y que ser santo no es un estatus para un grupo determinado de predilectos, o algo opcional según el parecer personal de cada uno, sino una grave obligación que no se puede eludir. Por el simple y maravilloso hecho de ser hijos de aquel que es Santo es que todos nosotros debemos también serlo. Por el bautismo el Señor nos da el don de la santidad, nos convertimos en pueblo santo, raza sacerdotal, estirpe regia para poder brillar en el mundo e iluminar sus tinieblas. La verdad es que con el bautismo cada ser humano se convierte en “santo”, obtiene el título de santo. El asunto es que, por lo general, no se vive en consonancia con ese gran título recibido en el bautismo. El llamado a la santidad no es bien visto en un mundo como el nuestro. La respuesta a la santidad es una opción personal y libre.
Con todo lo dicho podemos vislumbrar con más claridad lo que significa “comunión de los santos”. Esta es la común unión que existe entre los santos que ya disfrutan en la Iglesia triunfante, entre los santos de la Iglesia purgante y los santos de la Iglesia peregrina. Los bienes propios de los santos son compartidos por todos para beneficio de todos.
El papa ha llamado innumerables veces a la santidad. El cristiano, necesariamente santo por su bautismo, debe ser fermento en los distintos y amplios campos de la cultura humana, para que todo revierta en el bienestar humano para gloria de Dios.
SEÑOR, ME PIDES QUE SEA SANTO COMO TÚ ERES SANTO. AYÚDAME A CAMINAR, DÍA A DÍA, EN TUS SANTOS CAMINOS.
P. Víctor Emiliano