Ciclo B: X domingo del tiempo ordinario
El Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
1ra lectura: Éxodo 24, 3-8
Salmo responsorial: 115
2da lectura: Hebreos 9, 11-15
Evangelio: Marcos 14, 12-16
¿DONDE ESTÁ MI PIEZA, EN QUE PODRÉ COMER LA PASCUA CON MIS DISCÍPULOS?
Hoy la Iglesia celebra la solemnidad del Corpus Christi. Esta nos recuerda que Cristo vive y está entre nosotros. Su presencia no es subjetiva o antojadiza, es algo real y verificable. El pan y el vino luego de la consagración dada por el sacerdote y por la acción del Espíritu Santo son verdaderamente el Cuerpo y Sangre de Cristo. No son símbolos o representaciones, ellos son la presencia real de Cristo en su Iglesia. Cristo instituyó este sacramento el jueves santo, en la última cena que tuvo con sus apóstoles, con las siguientes palabras: “Tomen y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por ustedes…Tomen y beban todos de él, porque éste es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados”. Estas palabras día a día se repiten en cada Eucaristía. Ellas constituyen un mandato: “Hagan esto en conmemoración mía”. En torno a este sacramento ha girado la historia de la Iglesia, son dos mil años de camino y siempre de la mano de Cristo Eucaristía. ¿Cómo relativizar este sacramento?
Las lecturas que nos propone la liturgia invitan a ver este maravilloso sacramento como expresión de la nueva alianza de Dios con su pueblo. En la antigua alianza un animal era el sacrificado para la remisión de los pecados, y este acto era repetido tantas veces se creyera necesario; su sangre era esparcida sobre la gente para significar que dicho sacrificio había sido aceptado por Dios. En la nueva alianza es Cristo quien se ofrece como víctima, una vez para siempre, y su sangre derramada y esparcida sella la nueva alianza de Dios con su pueblo. Su cuerpo es verdadera comida y su sangre verdadera bebida que sostiene a todo aquel que quiere vivir la novedad de Cristo resucitado.
Aquí radica la necesidad de la misa dominical, centro y culmen de todo cristiano. En ella se alimenta para vivir y a la vez ser vida para los demás. La Eucaristía es la expresión más grande del amor de Dios a la humanidad a tal punto que sin ella no tendría sentido la encarnación y la muerte de Cristo en la cruz.
La adoración de Cristo en la Eucaristía es un acto de humildad y sencillez que ha caracterizado al pueblo de Dios por siglos. Que Cristo sacramentado sea compañía inseparable en el viaje de esta vida terrena.
SEÑOR, QUE TU SANTO CUERPO SEA MI ALIMENTO DE VIDA.
P. Víctor Emiliano