Gigantes no por talla, sino por su compromiso. Muchos de mis catequistas no son letrados, no tuvieron la oportunidad de pisar una escuela, o simplemente tuvieron la primaria, pero ¡Qué lecciones! Y sobre todo ¡Qué sabiduría! Escuchándoles, y conociendo la historia de su largo trabajo como catequistas en el campo, no puedo concluir otra cosa que el Espíritu trabaja con el quehacer cotidiano de todos estos hermanos. Con qué claridad se puede ver que la Palabra se hace realidad en esta gente: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios e inteligentes, y se la has revelado a los pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito”. Sí, gigantes; gigantes por su respuesta al llamado, gigantes por su perseverancia, gigantes por su desprenderse de sí mismos. Grandes por sus proezas en las cosas pequeñas. Para contar con alguien así, hay que ser privilegiado.
Pero, no estaría demás la pregunta ¿Por qué no los sabios y entendidos? Creo que la respuesta es sencilla: No han dejado que Dios sea Dios. Ellos todo lo saben y lo tienen organizado, siempre tienen respuestas. Es característico en ellos haber perdido la capacidad de sorprenderse con las cosas sencillas, solo cuenta lo que brilla y lo pomposo, ellos son el centro de la historia, siempre van de la mano con los que ellos llaman “las cabezas”, y tienen una muletilla como denominador común: “yo”. Con alguien así, ¿Quién puede trabajar?
Felicitaciones y adelante, mis queridos catequistas.
P. Víctor