Pasábamos por un templo de los hermanos separados y le comentaba a mi amigo, que no me explicaba la vida de un cristiano sin la comunión. Su respuesta me dejó pensando, pues me dijo que lo importante es que han encontrado al Señor y se han convertido a Él, que llevan una vida ordenada, que son buenos y consecuentes. Le pude entender que, aunque no comulgaran lo importante es que eran buenos. Ciertamente, en muchos de ellos no se puede negar la experiencia de haber encontrado al Señor, pero también es cierto, que si el Señor les transformó la vida, sea en el grupo que sea, Él mismo tiene que orientarles de alguna forma al único camino que trazó y estableció, y en el que sólo se puede construir UNIDAD y vivir en plenitud: La Iglesia. Si a la larga o a la corta no se logra el gran deseo de Jesucristo “Que todos sean uno como Tú y Yo somos uno” habría que pensar si esa “conversión” es auténtica o simplemente un mero sentimiento pasajero, o una cuestión de puntos de vista, pareceres, criterios que en el fondo no son más que expresión de egoísmo.
Por otro lado, los cristianos debemos tener claro que somos “uno” en Él, es decir, en la Eucaristía. ¿Será posible obviar tantos párrafos en la Sagrada Escritura que hacen alusión a Cristo como alimento de vida? ¿Al rechazar la Eucaristía no se negarán sus palabras: “ESTO ES MI CUERPO”, ESTA MI SANGRE”? y ¿No será desobediencia ignorar “TOMAD Y COMED”, “TOMAD Y BEBED”, “HACED ESTO EN MEMORIA MÍA”? Los que creen en su Palabra no pueden relativizar la necesidad de comerle, necesariamente tienen que alimentarse de aquel que se proclama Alimento y Vida. Sólo los que no creen en su Palabra negarán su presencia en la Eucaristía y afirmarán que lo que hacemos en la misa es una representación, e incluso nos tildarán de idólatras por postrarnos en la consagración.
Las palabras “Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” no expresan sólo una presencia espiritual, nos revelan su presencia real, exquisita, palpable al extremo de poderle comer.
Es un error convertir al cristianismo en simple altruismo: ser bueno, llevar la vida ordenada, vivir bien, llevarse bien con todos, compartir los bienes, etc. Todo ello no está mal, pero para que esté bien, es necesario el sello de un Cristo que vive, que sea el motor de lo anterior. En pocas palabras se necesita la Eucaristía.
P. Víctor Emiliano