El Papa constantemente ha llamado a los pastores a tomar de modo consiente y responsable la misión encomendada. Todo agente que tenga una responsabilidad pastoral en la Iglesia debe responder con la mejor actitud para que haya frutos, y frutos abundantes, no para gloria personal sino para gloria de Dios.
Entre los agentes pastorales de la parroquia, el primero de todos, es el párroco. Él debe ser en toda circunstancia servidor. Párroco que no sirve se sirve, esto es ley que nunca se debe olvidar. De principio el párroco debe ser una persona que brinde confianza y que la gente sea capaz de acercarse sin temores, siempre disponible y sin trabas burocráticas en el despacho parroquial que limiten la cercanía con la gente. El pastor siempre debe estar en actitud de salida, debe ser optimista y positivo y con disposición de atender. Él debe expresar con su estilo de vida lo que su parroquia vive o intenta vivir. Hoy la feligresía exige pastores que convenzan con su vida más que con su palabra o títulos. El modelo de pastor es el Señor, él es el que da la vida por sus ovejas y las lleva por sendas seguras y abundante pasto. Todo aquel que desempeña una responsabilidad en la Iglesia, y con mucha más razón el párroco, debe tener la mirada fija en su Señor de modo que sea su eficaz interlocutor y no luz artificial de sí mismo. El ser párroco no es un título, no es un privilegio, no es un salvoconducto para hacer lo que se quiere en la jurisdicción asignada, es simplemente la oportunidad y la confianza que el Señor le brinda para llevar su Palabra de vida, es Él quien le convierte en misionero, en enviado.
El trabajo del pastor no puede ser aislado, siempre debe ser expresión de un trabajo en conjunto; el trabajo en equipo debe marcar la dirección del grupo, de la catequesis, de la parroquia y, también, de la diócesis. El trabajo en equipo en una institución de la Iglesia debe implicar el clero, los laicos, los religiosos y todo aquel feligrés de buena voluntad que crea puede aportar algo. La autoridad que alguien ejerce no puede ser usada para imponer cuanto sí para coordinar, para consensuar; con solo intentar un trabajo así ya es bastante en una gestión. No cabe duda que una institución siempre se ve enriquecida por los múltiples aportes de los miembros. Aunque todos los aportes no lleguen a concretarse, el simple hecho de participar con una opinión ya es un paso firme en el comienzo de un buen trabajo en equipo. El trabajo en equipo muestra la unidad de la Iglesia. No podemos olvidar que la Iglesia de por sí es sinodal. El estilo sinodal tiene que impregnar toda su labor y debe ser promovido necesariamente por sus pastores. La sinodalidad debe comenzar por casa, es decir, a nivel de clero, a nivel de obispos, para luego, y por ósmosis, ser vivida por grupos más amplios. Esto evitará la edificación de feudos donde cada coordinador, párroco u obispo es el protagonista cuya ley es la auto referencialidad. No hay nada más opuesto a la sinodalidad que la auto referencialidad.
P. Víctor Emiliano