SEÑOR, YO QUIERO SEGUIRTE

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El término “decisión” implica la firmeza y valentía para realizar algo. La decisión siempre va de la mano con la libertad. Libremente se toma una decisión como también las consecuencias de esa decisión.  Cuando el Señor decide ir a la cruz, no está pensando ir a la cruz, sino que va a la cruz. El texto evangélico de hoy día presenta un claro ejemplo de lo que es una decisión y lo que involucra. Seguir al Señor implica romper esquemas y paradigmas que limitan la libertad al tomar la decisión de seguirle. Las palabras de Jesús en el evangelio del domingo anterior: “El que quiera seguirme, que se niegue así mismo, cargue con su cruz cada día y se venga conmigo” expresan con claridad que desea seguidores libres, hasta de sí mismos, hombres incondicionales, cuya única ambición sea Él mismo. Estos deberán dejar ambiciones personales, puntos de vista, creencias y condicionamientos en general; deberán ser libres de cualquier atadura, incluso de lo que puede ser algo bueno, noble y justo como es la familia.

El que pretende seguir a Jesús debe saber que no debe primar sólo el “gusto de seguirle, el sentirse bien o pasarla bien”, sino el “amor” y el amor hasta el extremo, a tal punto que ni lo más amado en este mundo, se pueda interponer en la decisión de seguirle.

“Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” es un nuevo estilo de vida que el Señor presenta al mundo y que exige un desasir pleno para su realización. Aquí no entran los que “entierran muertos”, es decir, los que pasan la vida en asuntos de muerte, por la sencilla razón que ya están muertos;  o “los que miran atrás con la mano en el arado” porque no están convencidos que la  opción es Cristo, y siempre lamentarán lo que dejan porque aún no se ha dado una ruptura plena con ello; sino aquellos decididos que apuestan por la vida y por lo nuevo, aquellos cuya mirada la tienen fija adelante y no atrás. No se trata de no enterrar al padre o a la madre, puesto que enterrar a los muertos es un acto de caridad, y cuanto más si son los padres; tampoco de no valorar a la familia. Se trata, simplemente, de dar a cada cual el valor que corresponde. Así, de ese modo, se podrá dar una respuesta al llamado del Señor: la correcta y en libertad.       

La vida religiosa es un claro ejemplo de seguir a Cristo en libertad. Los religiosos dejan familia, trabajo, amigos, fortuna, profesión, costumbres, estilos de vida, para seguir al Señor a donde quiera que vaya; los misioneros, hombres que han llevado el nombre del Señor a lugares inhóspitos y que muchas veces nunca más han visto a su familia; gente que ha perdido su trabajo por no ser cómplices de la corrupción o del asesinato; los mártires, que antes de renegar de Dios han preferido morir, agentes pastorales y catequistas que dan gratuitamente su tiempo para evangelizar, etc. Estos ejemplos expresan la auténtica libertad para seguir al Señor, incluso ante las adversidades extremas, sin anteponer interés personal alguno. Estas personas muestran al mundo la locura del amor, un amor que es “decisión” y libre; nos hablan de la fe con su misma vida de servicio, nos hablan de la confianza en la providencia con su misma pobreza. Aprendamos de ellos, para dar algunos pasos en la santidad.  

No cabe duda que solo en libertad se puede seguir al Señor. El hombre ha recibido esa libertad para optar por el bien; el que opta por el mal no es libre, se convierte en esclavo de su propio mal. Dios no quiere esclavos, robots o máquinas programadas para que le sigan; quiere hombres responsables, es decir, que respondan, inteligentes, con voluntad propia, que asuman el reto de seguirle.

¿Tú eres uno de ellos?

P. Víctor Emiliano

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