La vida religiosa es una vocación, es decir, una llamada de Dios a un estilo de vida. Es el llamado a ciertas personas, a vivir consagradas a Él y vivir plenamente el Evangelio, en una comunidad de hermanos. Es una vocación que siempre está enmarcada en un contexto eclesial porque se da dentro de la Iglesia. Es ella la que propicia, motiva y acoge a las comunidades religiosas. La vida religiosa se caracteriza por la vivencia de tres valores o consejos evangélicos, que son los mismos que vivió Cristo: Pobreza, castidad y obediencia. Pobreza por la renuncia a acumular bienes para sí mismo, pues se tiene todo en común; Castidad, por el que se consagra íntegramente a Dios y renuncia a amores exclusivos y Obediencia, por la que la voluntad del religioso se supedita a la de Dios, a través de la obediencia a un superior o prior. La vida religiosa, vista así, es un don y un medio privilegiado de evangelización. Es afirmar con los hechos el valor de la persona de Cristo y su Reino.
El hombre o la mujer llamados para la vida religiosa en una comunidad de hermanos tienden a buscar a Dios para contemplarlo y alabarlo. Para ello propician momentos de interioridad, de oración y de silencio y como consecuencia de este encuentro personal con el Señor viene el encuentro con los hermanos en la comunidad, y también el apostolado como servicio. Es decir, el trato con los demás, aparece como consecuencia del trato inicial con el Maestro. El amor es el contexto en el que se desarrolla la vida religiosa: por amor se busca al Señor, para seguirlo más de cerca y con mayor libertad, y por amor se da el servicio a los hermanos.
Como en cualquier otra vocación, el candidato para la vida religiosa debe tener ciertas cualidades que garanticen dicha vocación. La primera, el amor a Cristo y a su Iglesia, y a la comunidad que le acoge; la experiencia de la caridad debe ser algo elemental en el candidato porque es la que debe mover sus decisiones. Si la vida religiosa se da en un ambiente de comunidad el candidato debe tener la capacidad de vivir en comunidad. La persona que aspira a este tipo de vida debe ser capaz de vivir con alegría y gozo los consejos evangélicos. Estas características son elementales, a partir de aquí se podrá ir edificando toda la riqueza de la vivencia comunitaria.
Las comunidades religiosas son diversas, tanto de hombres como de mujeres, y cada una con un carisma definido y diferente que expresa la especial manera de vivir su entrega; todas con el único objetivo de entregarse a Dios y servir. Así también, todas, son medios de santificación.
Es importante resaltar que la vida religiosa no implica necesariamente el sacramento del Orden Sacerdotal. Hay muchos religiosos que no son sacerdotes y se les llama “hermanos” y también sacerdotes que no son religiosos. El término “religioso” es un término jurídico que designa a aquel que vive esta vocación. En ambos casos se está llamado a vivir plenamente la vocación, y por supuesto, a vivir la santidad.
P. Víctor Emilioano