Llama la atención en muchos padres de familia el deseo de bautizar a sus hijos. A primera vista se puede decir que hay preocupación por lo espiritual, e incluso lo manifiestan y afirman ser buenos cristianos. Pero, luego de un breve diálogo con ellos van saliendo aspectos de la vida que no tienen nada que ver con la vivencia de unas personas de fe. Con esto no se afirma que sean malas personas, pueden ser muy buenas, a su manera, pero esto no implica necesariamente la fe. No basta ser “buenos” para ser cristianos, hay que vivir la fe en Cristo, y esto implica un compromiso que se debe notar en el estilo de vida. El bautismo de un niño tiene que ser expresión de la fe que viven los padres en comunión con la Iglesia; si no es así, no estaría mal invitarles a que posterguen el bautismo para cuando tengan un poco más de conciencia sobre su fe.
Por otro lado, es preocupante la respuesta afirmativa, casi automática, ante la pregunta sobre la disposición de acompañar a su hijo en la vivencia la fe en el transcurso de su crecimiento. Ni ha terminado la pregunta y ya la están respondiendo; si tan sólo se demorasen un momento en responder sería más creíble dicha respuesta. En circunstancias así ¿Cómo dar un sacramento? Si antes no hay una catequesis prolongada y detallada en la fe para los padres ¿Qué formación religiosa darán a sus hijos? ¿Qué intención tienen al pedir el sacramento del bautismo? ¿Estaremos permitiendo que todo sea, simplemente, cuestión social? Lo más lógico sería, primero, formar a los padres. Una simple charla, de hora y media, para semejante sacramento, no basta. San Mateo, en el capítulo 13 nos ilustra sobre el tema: “¿A qué se parece el Reino de los cielos? A un grano de mostaza que puesto en el huerto, y cultivado, crece y abunda”. Una familia constituida tiene su huerto, su tierra fértil, y lo ha recibido para que produzca y de fruto. Ese huerto son los hijos, y el granito de mostaza es la fe. Los padres tienen que sembrar ese granito en el corazón de sus hijos y luego cultivarlo; no es sólo sembrarlo, es también cultivarlo; es decir, no es solo el sacramento, sino también su cultivo. Muchos padres simplemente siembran y, obviamente, se logra lo que se ve por doquier en la sociedad: niños, jóvenes y adultos indiferentes a las cosas de Dios. El agricultor en su campo de cultivo nos ilustra claramente lo que es sembrar, cultivar y cosechar. Allí hay mucho que aprender.
El padre de familia es el primer responsable en la formación de sus hijos en la fe por lo que debe ser maestro y ejemplo con la propia vida. De la mano con la formación de casa debe ir la buena instrucción en la institución educativa. Ambas instituciones deben ser siempre complemento en el trabajo formativo. Es irresponsable obviar la tarea del hogar. La formación del niño en principios y valores, ya sean cívicos, éticos, morales o religiosos, requiere padres comprometidos .
P. Víctor Emiliano