EL JABONCILLO DE MAMÁ

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Recuerdo aquel año, estaba en primaria, tendría 8 años de edad. Estábamos en la primera semana de mayo, un viernes podría ser y, claro, en los preparativos para el día de la madre. Recuerdo el alboroto del salón y los ajetreos en hacer las cajitas para colocar el regalo del día de la madre. La profesora era una más con nosotros en medio de las tijeras, las cartulinas, el papel de regalo y las gomas. Ella con mucho cariño nos ayudaba a dar forma a las cajitas y todos mis compañeros como en competencia para tener la mejor cajita. Mi profesora Charo, días antes, nos dejó la tarea: “pidan a su papá, ¡sin que la mamá se entere!, un regalito para que le den a su mamá en el día de la madre”. Nos explicó cómo tendría que ser el regalo, algo sencillo y pequeño de modo que quepa en las cajitas que debíamos preparar. El asunto fue complicado para mí porque yo no tenía papá, yo perdí a mi padre desde muy niño, y no tenía la suficiente confianza con mis demás familiares para pedir algo que implicara dinero. En su momento fue como estar entre la espada y la pared: pedir algo a quien no quería  y cumplir la tarea de la profesora. Luego de pensar en la posible solución no tuve otra mejor salida que recurrir a mi madre: “mamá, la profesora nos ha pedido un regalo para regalar a las mamás en el día de la madre, así que me tienes que dar un regalo para regalártelo”. Recuerdo que mi madre sonrió y me abrazó, y al día siguiente, antes de ir a la escuela, me dio un jaboncillo envuelto en una bolsa plástica. Aquel viernes, luego de todo el trabajo de fabricar las cajitas, todos ya teníamos en las manos el regalo para el día domingo. Llegó el domingo, me levanté, mamá ya estaba despierta, le busqué y le abracé por su día: “mamá este regaló es para ti, con mucho cariño” Recuerdo que mamá me abrazó y con una sonrisa me agradeció por ese regalo, que ella misma me dio.

Esta experiencia de mi niñez me ha servido para comprender, después de tantos años, algo más en la vida: Que no tenemos nada propio. Sí, así es, parece mentira, pero es la verdad. Lo bueno que podemos ofrecer no es nuestro. Todo, incluso la vida, es del Señor. Tan solo podemos ofrecerle la envoltura de algo y que, incluso, esa misma envoltura, por más bonita que sea, con su guía la diseñamos, como la profesora cuando guiaba a los niños para hacer las cajitas.  Veo con mas claridad que lo que cuenta para el Señor es el gesto, la actitud de un corazón desprendido que devuelve algo de todo lo recibido. Qué ingratos somos cuando recibimos y no agradecemos, cuando recibimos y no compartimos. ¡Qué necedad la de aquel que cree tener algo!

Ahora que sabemos que nada es nuestro y que lo que podemos tener simplemente lo administramos  ¿Qué debemos hacer?

Gracias “mamá” por enseñarme tantas cosas, y tú sin saberlo.

P. Víctor Emiliano

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