Es frecuente escuchar a los padres de familia motivar a sus hijos para el estudio, y claro que sí, con toda la razón del mundo. Es un problema, sobre todo en esta época, no tener una instrucción elemental. Pero, me gustaría analizar de modo muy escueto el objetivo de esta motivación. En un 99%, sin temor a equivocarme, el padre de familia al motivar a sus hijos tiene en mente: “para que tengas lo que yo no pude tener”, “para que tengas tu dinero”, “para que viajes y disfrutes de la vida”, “para que no dependas de nadie”, “para la comodidad de, algún día, tu familia”. Si, ciertamente, todo eso es importante, pero no debería ser lo fundamental. Qué bonito sería que un padre de familia dijera a su pequeño hijo: “Hijo tienes que estudiar y ser el mejor profesional para que puedas servir y ayudar a otros a surgir; los demás necesitan de ti y tú tienes que dar siempre lo mejor”. En ambos casos la exhortación es la misma, que estudie y que sea profesional, pero el objetivo de una y otra exhortación es diferente. Toda carrera, toda profesión, toda empresa deben tener el único objetivo de dar y servir para que otros puedan surgir y vivir bien. El beneficio económico es consecuencia del servicio. Debe quedar claro que el secreto del éxito es el servicio. Una persona que trabaja, y su trabajo tiene rostro humano, siempre será buscada, bienvenida y recomendada. El mejor marketing de una institución o una persona es su capacidad de servir. Alguien con esa cualidad sabrá comprender al otro, será flexible y compartirá, nunca será egoísta, siempre tendrá algo para dar al que no tiene, su trato con los demás será diferente al común. El objetivo primordial al comenzar un negocio, una empresa o una carrera, necesariamente tiene que ser el servicio, si se quiere tener éxito y ser feliz. Si el objetivo de lo que emprendes es meramente económico posiblemente tendrás éxito pero, no es de extrañar que tu dinero te ciegue y esclavice, que te conviertas en soberbio y tirano, que seas rígido e inflexible con los demás ante sus necesidades y, si algún día quiebras, Dios no quiera, casi con certeza serás el hombre más desdichado del mundo. Recordemos las palabras del Señor: “Yo no he venido para que me sirvan, yo he venido a servir”, “Yo he venido para que tengan vida, y vida abundante”. La vida abundante está en ejercer, siempre, la vocación a la que todo hombre de buena voluntad está llamado, la vocación a servir.
P. Víctor Emiliano