La pregunta es personal, por lo que la respuesta es también personal. No me pide lo que otros dicen, sino lo que “yo digo”. Y cuando alguien opina sobre algo tiene que asumir las consecuencias de su opinión. No hay problema cuando lo que se dice es la versión de otros, ellos asumen lo que dijeron. Esto lo sabe muy bien el Señor. Por ello primero pregunta por lo que dice la gente y, como para que se note la diferencia de participación, luego les pide lo que ellos piensan de él. No faltaron respuestas para aquella, pero para esta solo uno contestó.
Para opinar sobre alguien, sin hacer injusticia, se le debe conocer, y no por terceros, sino personalmente. Para conocer a alguien se necesita confianza, visitas frecuentes, diálogo, sin los cuales es imposible dar una idea. Esta breve reflexión tendría que cuestionar la versión que yo tengo del Señor. Si yo me proclamo cristiano tendría que estar capacitado para responder esa segunda pregunta: Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo? o mejor: “Y tú, ¿quién dices que soy yo?”. Solo el que comparte la vida con alguien puede hablar con certeza sobre ese alguien; y, solo así podrá convencer a los demás que vale la pena conocerle, apostar y comprometerse con aquel. Así también sucede con Cristo, solo el que ha compartido la vida con él podrá ser testigo y transmitirlo a los demás.
Tal vez por este sencillo detalle los cristianos no logramos convencer al mundo para que regrese la mirada a Jesús.
P. Víctor Emiliano