Se tiene la creencia que con solo cumplir normas establecidas en una institución se logra el título “buen trabajador”. La experiencia dice que no siempre es así. Uno de los tantos ejemplos lo tenemos en la Sagrada Escritura: el hermano mayor, en la parábola del hijo pródigo. Resulta que siendo el más cumplidor resultó el más soberbio y orgulloso de los hermanos.
A nivel de Iglesia se ve con frecuencia. Si las cosas no se tienen claras, fácilmente los mandamientos o cualquier normativa se pueden convertir en un conjunto de disposiciones que una vez cumplidas, hay que pasar por la paga. Es decir, el Reino de los Cielos y que todo vaya bien en la vida. La lógica es que al que no es cumplidor no le puede ir igual que a mi que soy cumplidor. También hay aquellos que se distancian de las normas al ignorarlas o, simplemente, no las cumplen porque “me parece no son necesarias” y afirman que “lo importante es lo que se lleva en el corazón y lo que uno siente”. ¡Vaya sentimentalismo barato!
Pero, vaya novedad la que Cristo nos trae: “No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud”. Un feligrés con cierta organización de tiempos y trabajos, con hábito de buen cumplidor y con religión construida sobre normas y preceptos, fácilmente se lleva el título de buen cristiano. Este es el caso de los escribas y fariseos, muy exigentes y cumplidores, premiados al ser bien vistos por la comunidad y auto considerados buenos creyentes y ejemplos a seguir.
El auténtico cristiano sabe que su fe y su perseverancia en la Iglesia de Jesucristo no se edifican sobre normas y disposiciones. Él sabe que es cristiano porque ha tenido un encuentro con Jesucristo y ha decidido seguirlo, y que para seguirlo hay un camino que Jesús mismo trazó. El verdadero cristiano sabe que ese camino implica normas y lineamientos para no perderse. Él sabe que las leyes no son sino medios para un encuentro auténtico con Jesucristo. Ciertamente, hay que cumplir la ley, las normas y compromisos, pero no por ellos mismos, sino como medios para llegar a Jesús. El objetivo de la ley no es la ley, es llegar a Jesús, por lo que son medios de caridad. El que sigue la ley por ser la ley es esclavo de la ley, y los esclavos no son libres. Frases como “Qué tantas normas y mandatos saca la Iglesia”, “Eso no está en la Biblia”, “Estas normas son humanas”, “Yo no estoy de acuerdo…”, “Mi religión no me lo permite” y frases por el estilo demuestran, en el fondo, un anhelo de libertad. Y quienes las usan se delatan como esclavos y obsesionados por las normas.
Las normas y mandatos son bienvenidos cuando forman y construyen, purifican y sensibilizan, y nos conducen al Señor. El amante ve los medios como camino seguro a la persona amada.
P. Víctor Emiliano