¡Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Tú estabas dentro de mí, y yo fuera, y por fuera te buscaba, y me lanzaba sobre las cosas hermosas creadas por Ti. Tú estabas conmigo y yo no estaba contigo. Me retenían lejos de Ti todas las cosas, aunque, si no estuviesen en Ti, nada serían. Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera. Brillaste y resplandeciste y pusiste en fuga mi ceguera. Exhalaste tu perfume y respiré y suspiro por Ti. Gusté de Ti y siento hambre y sed. Me tocaste y me abraso en tu paz (Confesiones 10, 27, 38).
Yo diría, “Tarde te amé” no porque tú, Dios mío, tarde te manifestaste. “Tarde te amé” porque no te vi cuando tú te presentabas, y no tuve oídos a tus llamadas. Aunque ya te conocía no te di el lugar que corresponde. Jesús es el amigo que nunca falla, él camina al lado del hombre y en las decisiones trascendentales de la vida siempre está presente, sus propuestas están a la orden del día. El problema está que prevalece el parecer personal, la lógica propia, las deducciones filosóficas que satisfacen mi punto de vista, hasta el extremo de priorizar el “sentir” momentáneo. Ese “Tarde te amé” significa haber desaprovechado la vida, haber dejado que el agua de la alegría y el gozo se vayan entre los dedos de las manos, haber tirado tantos años por el influjo de la vanagloria y el orgullo personal, significa desnutrición por no haber recibido en su tiempo el alimento de vida, significa no haber disfrutado las delicias de su Palabra, no haber recibido los rayos de su presencia que tan hermosamente broncean la vida. “Tarde te amé”, sí señor, por mi necedad.
Cuando las dificultades llegan, la enfermedad comienza a rondar o algo doloroso en la vida toca la puerta la reacción casi violenta es hacia el Señor: ¡Dios mío! Pero, ¿Es necesario llegar a estas cosas para mirar al Señor de la vida? ¿Debemos esperar estas duras experiencias para decir con lágrimas en los ojos “Tarde te amé”? Ciertamente el Señor es el “señor de la espera”; hasta el último suspiro de la vida hay oportunidades de regreso pero, ¡Tanto tiempo perdido! La conversión siempre es bienvenida: “¡hay más alegría en el cielo por un pecador perdido que se arrepiente y regresa a Dios que por noventa y nueve justos que no se extraviaron!” (Lucas 15,7). Pero, ¡tantos años desaprovechados!
“Tarde te amé” debe remover los principios y valores que actualmente rigen la existencia, debe empujar a una reflexión seria que cuestione el estilo de vida reinante y, sobre todo, debe ablandar el corazón frio, duro y soberbio que rechaza el amor cálido de Dios. El amor implica necesariamente compromisos, y cuantas veces por eludirlos le dejamos y así nos privamos de la vida.
Vaya, “Tarde te amé” pudiendo haberte amado desde el comienzo y así ser vida para dar vida.
P. Víctor Emiliano