La vocación al sacerdocio es consecuencia del llamado del Señor a un varón en concreto, en un momento y contexto determinados, para trabajar en su viña, es decir, en su Iglesia como su ministro. Como en otras vocaciones, la respuesta a esta tiene que ser libre, y de ella depende la realización personal del hombre llamado.
La misión del varón que responde a esta vocación es especial: hacer presente a Cristo en el mundo. Esta es la tarea más sublime que un ser humano puede tener. Aunque todo bautizado tiene esta obligación el sacerdote la tiene como distintivo peculiar. Él tiene que ser luz para el pueblo y sabor de Cristo en el mundo, y así, nexo entre Dios y los hombres con el objetivo de construir el Reino de Dios.
Para cumplir su misión el sacerdote participa de la triple función de Cristo: Sacerdote, profeta y Rey. Profeta, porque proclama el Evangelio y predica a Cristo resucitado; Sacerdote, porque por su mediación Cristo, de modo real, se hace presente en los sacramentos; y Rey, porque es servidor del pueblo de Dios.
El sacerdote no es un “extraño”, un “raro” o un “superhombre”, es simplemente un hombre tomado de la comunidad y que por su vocación está para servir en lo que toca a Dios. Por ser hombre está sujeto a las limitaciones propias de todo ser humano, pero llamado a ser hombre de Dios, hombre de fe y en medio de sus limitaciones debe luchar por ser libre, y así poder cumplir su promesa de entregarse a Dios en plenitud. Él es ministro de Cristo y como tal hace real y siempre actual su presencia en el mundo.
El sacerdote debe ser el hombre cualificado para el buen trabajo que requiere la mies. Enamorado de Cristo siempre tendrá la disposición a los planes y proyectos del Maestro, Él debe ser, siempre, su prioridad. La vocación al sacerdocio sólo tiene sentido en el servicio a Cristo, presente en su pueblo y reunido como Iglesia.
Este hombre debe ser transparente, con salud física, espiritual y sicológica; debe ser capaz del diálogo en la oración. Disponible para todos en el servicio, no se une en exclusividad a una mujer, por lo que vive el celibato, consagrando así toda su persona a extender el Reino de Dios.
P. Víctor Emiliano